viernes, 23 de octubre de 2009

El venezolano no respeta II

Estoy acostumbrada a movilizarme por la ciudad en camionetica y metro desde que tengo uso de razón, cosa que a nadie le interesa; pero hago la acotación para que no venga alguno a pensar que soy de estas chicas que toda la vida han andado en carro y el día que se le ocurre tomar el servicio público de transporte pega el grito en el cielo... No es el caso. Vayamos al grano.

Ayer, saliendo de la universidad, cojo como de costumbre el metrobus para llegar a la casa. También, como de costumbre, me dirijo hacia el penúltimo puesto (esos que están como metidos en un hueco) con la intención de no ser molestada por nadie mientras leo. Me siento, saco del bolso la Voluntad de Poder, abro el libro en la página marcada y me dispongo a la actividad. En la segunda parada hacia mi casa se montan dos chicos, los reconocidos como tukkis, y se sientan detrás. Como saben, los últimos puestos del metrobus son cinco. A estos seres humanos se les ocurrió la maravillosa idea de colocarse uno al extremo de la derecha y el otro hacia la izquierda; es decir, con separación corporal entre sí de tres puestos. Los niños no hablaban, berreaban. Un tanto distraída de las líneas que me ocupaban, algo descojonada (cosa casi surrealista para un ser que no lleva cojones), les digo:

-Disculpen ¿podrían acercarse o, a lo sumo, hablar con un tono de voz moderado? No sé si se dan cuenta, pero: primero, molestan; y segundo, a nadie del común le interesa escuchar su conversación.

Entre lo "caltelúo" y el "culo que me controlé, mi pana, que estaba de un rico..." me responde uno:

- Güeno, mami, si tanto te molesta, ¿pol qué no agarras un taisi?
-Así mismo. -Chocándose de manos con el otro- así se habla, mi pana. ¿Qué le pasa a esta jeva?

Risas. Siguen, ignorando el comentario, su tertulia a toda voz. Lo cumbre es que me cambio de puesto y los grandísimos bestias me siguen... Amablemente me volteé y les di las gracias por ser tan gentiles y mostrarse tan interesados en querer involucrarme en su diálogo; pedí disculpas por mi falta de educación, al encontrarme absorta leyendo y no prestarles la adecuada atención. Quedaron perplejos, comentando que había gente loca en el mundo -de seguro, la loca soy yo...- y, sin más ni más, bajaron el tono de voz -¿notan cómo a veces hay que recurrir al absurdo para lograr el propósoto anhelado?-. Así, entre este vaivén de sandeces, corrió el tiempo hasta que el metrobus llegó a la parada en la cual debía bajarme.

P.D. No se desea un país mejor... Se hace.

Salud y anarquía!

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